En el mundo antiguo
se concebía a la Tierra como un cuerpo vivo, un ser vivo, reconocido desde el
comienzo de los tiempos como la Madre Tierra. El poder de la vida tiene su
origen en el contenido de la naturaleza.
Así en la
Prehistoria y en algunas regiones todavía a principios de los tiempos
históricos, estuvo vigente una sociedad matriarcal pacífica virginal, entendida
como una mujer que es virgen, es completa-en-si-misma, en la que lo femenino
jugaba el papel principal en el mundo social, las mujeres ejercían su autoridad
sobre sus descendientes matrilineales reunidos en tribus independientes, este
poder era el político, económico, religioso.
Vivian en
comunidades sin guerras porque la autoridad era ejercida legítimamente por
descendientes matrilineales de la madre Ancestral, la diosa que había dado
origen al pueblo, de este modo se aceptaba de igual manera la legalidad del
poder de la mujer.
El rol femenino era
concebido como un poder mágico, elevándola a lo divino, la mujer fértil, la de
grandes pechos, de vientre robusto paso a ser sacerdotisa y reflejo de la Gran
Madre Tierra. Y antes de la era
patriarcal, los pueblos de todo el mundo consideraban los principios del
universo como propios de la diosa y de sus símbolos, la hembra que produce el
nacimiento y la vida.
Los mitos de la
creación de innumerables culturas dan testimonio, de este fenómeno y del papel
que ha desempeñado el principio femenino en la conformación del mundo en el que
habitamos.
Los misterios primordiales
de lo femenino siempre se han asociado con la vegetación, a través de la
intimidad de las mujeres con el mundo de las plantas. Las flores, las frutas,
el maíz y el trigo no eran únicamente fuentes de alimento, sino símbolos de
fertilidad.
En Egipto, la Diosa
constituyó siempre un aspecto fundamental del panteón. En la época dinástica se
dividió a la diosa buitre Nekbet en Nut, el cielo, la que existía desde la
eternidad, la que creó el mundo y situó a Ra, el dios sol, en los cielos. Bajo
la más conocida de sus múltiples formas, era la alada Isis, conmemorada como la
Más Vieja entre las Viejas, que fundó las artes de la curación, la agricultura,
el derecho y la justicia, también la monarquía.
La imagen de Isis,
la Emperatriz como Gran Madre representa a la Tierra desde donde nace toda la
vida y adonde retorna al final del ciclo natural.
Ha sido virgen,
amante, madre y vieja. Tiene diez mil nombres y la han llamado Reina de los
Cielos, ama de la Oscuridad, Señora de las Cosas Salvajes, Tejedora de la Tela;
aunque su nombre cambia de una cultura a otra, sigue siendo la gran madre, la
que todo lo da, la que produce la vida y alimenta de su propio cuerpo.
Es al mismo tiempo,
la tierra y la luna, sus símbolos y leyendas son ejemplos de historias que se
encuentran por todo el mundo y en cualquier época, estableciendo a una diosa
como fuerza creadora del universo. Es la base de la espiritualidad de las
mujeres, de la magia y como en el culto de la diosa cada mujer es una parte de
la madre creadora, resulta que cada mujer participa en la creación por sus
propios actos de nacimiento y modelado.
Sus santuarios se
encontraban por todas partes, pues en todas partes moraba: junto al hogar, en
el pozo o el manantial sagrado que forma la catedral de la naturaleza, en la
cueva más profunda, en la montaña más alta.
Isis simbolizaba el equilibrio de la conciencia y la energía femenina
dentro de la sociedad y de la religión. Sus sacerdotisas
tenían la capacidad de transmitir los poderes de lo divino y esta es una capacidad
típicamente femenina que proviene del propio conocimiento del ser. Convertirse en sacerdotisa significa bucear
interiormente.
De sus
conocimientos, de la sucesión de las constelaciones y de las estaciones
derivaba su enorme poder, por lo que eran consultadas para predecir el
porvenir, aconsejar el tiempo adecuado para sembrar, viajar, navegar o realizar
otras empresas importantes... inventaron el sacerdocio. Durante muchos miles de
años lo ejercieron en exclusiva y profetizaban basándose en la observación
científica de los fenómenos atmosféricos, que hacían su aparición coincidentes
con una precisa situación estelar.
Todos los nombres
propios de mujeres derivan de nombres de la Diosa y todas nosotras sin
excepción somos expresiones de la Madre, manifestaciones de la Diosa en la
Tierra. El día que dejamos de amar la Tierra como nuestra Madre y a la mujer
como su representante sagrada, fue el día que abandonamos el Jardín.
La Madre nos hace
señas de que regresemos a ella antes de que nos destruyamos. Como la energía de
la diosa Kundalini durmiente, ella pide ser redespertada en nosotras, de tal
manera que podamos conocer una vez más la alegría y el propósito de la vida en
el planeta.
La antigua cultura
de Isis puede despertar en las mujeres el deseo por una vida comunitaria donde
se comparten las cosas materiales o por una vida sin guerra. Un mundo deseado
donde todos los niños sean queridos, o donde se exprese con libertad la
sexualidad, enterrando modelos o ideas culturales acerca del amor.
”Tú eres Diosa"
La Diosa es la
fuerza creadora del universo.
Cada mujer es parte
de la madre creadora.
Toda mujer
participa en la creación por sus propios actos de tomar en forma activa el
control del poder, desde su propia vida, cada mujer participa en el SER y la
creación de la DIOSA que hay en cada una.
El resurgir de la
Mujer y la Diosa, la gran madre como fuente de toda la vida, aceptar y
confirmar la ley natural de la Diosa forma parte de una herencia que empezó
antes del principio de los tiempos y que continuará cuando este haya terminado.
Extracto de la
monografía de Sol Carrillo Robalino, quien ya no está entre nosotros pero nos
dejó un gran mensaje para reencontrar el poder femenino.